Para Antón Arrufat
Perdido todo,
le quedaron los libros.
Cerrados, semejan ataúdes,
y abiertos, cunas propicias.
En esos libros
-que siempre lee como empezándolos-
los fantasmas que los habitan
le dicen que están vivos,
y que si quiere vivir de tal modo,
aparentemente fantasmal,
se deslice raudo entre sus páginas,
elija un capítulo, repose
de todo cuidado humano
-incluso de la esperanza-,
y verá por ejemplo
que ya no está leyendo el que leía,
verá tan sólo una apariencia de lector,
que insistente le pide descifrar
enigmas nunca aclarados.
Pero ya es tarde
para el de afuera,
y el que está adentro ya no puede hablar.
Detenido en su página, sentado
en su capítulo, es un inmortal.
1972