Cuando Luis XVI, hacia el final de su largo reinado, recibió al primer embajador persa en la Galeri des Glances, las damas y caballeros allí congregados se sonrieron discreta pero burlonamente. Para esa sociedad versallesca la cultura terminaba en los límites de Europa; un paso más allá todo se tornaba bárbaro. No es de extrañar, pues, que encontraran bizarre a ese magnífico embajador que se presentaba con ropas y estilos antiversallescos.
Ahora, un grupo de actores norteamericanos negros acaba de presentar "credenciales artísticas" con un ceremonial y una pompa también muy suyos. Esperamos que ante Carmen Jones no se repitan las risas, discretas pero burlonas de los refinados... Esperamos que nadie se queje de que tal filme es antiBizet, de que Carmen Jones es negra en vez de ser rosada y nacarada, de ser América y no Europa, en fin, de ser bizarre y no naturel.
Precisamente, para no hacer más una Carmen Jones bizetiana avant a lettre, sino negra y no mediterránea, de Chicago, y no de Sevilla; en una palabra, para no repetir tonta y estérilmente el libreto romántico, su director Otto Preminger, "vistió" el filme con situaciones y ropas que pudiendo parecer bizarre son, en el fondo, naturales y espontáneas.
El tema de Carmen puede darse en cualquier día de la historia. En cualquier momento una "hirsuta moza" puede prender la llama del amor y del deseo en el pecho de varios hombres y llevarlos al abismo de la desesperación. Es posible que Otto Preminger conociera de algo parecido ocurrido en Chicago. También es posible que le pareciese eficaz tipificar ese oscuro drama de Chicago con la Carmen de Bizet.
"Oh, pero proceder así es hacer papel de exquisito", diría un doctor en naturalismo. Sin embargo, también la naturalidad puede ser exquisita, a condición de que todo siga siendo y siga pareciendo natural. Este director consiguió que su exquisito procedimiento resultase naturalísimo; y tanto, que al terminar el filme nos acordamos más de Carmen Jones que de Carmen la cigarrera. No podemos dejar de plantearnos esta pregunta: ¿Pero es que existe otra ópera que trata el mismo asunto de Carmen Jones? Y esta otra pregunta: Bueno, si "hay que ir" a escuchar Carmen (como al médico, debemos también ir a la ópera)¿por qué no Carmen Jones?
Prosiguiendo con la naturalidad... Es de sobra conocido que el espectáculo más antinatural del mundo es el género "ópera" en lo que se refiere al argumento. Casi estallamos en risas cuando presenciamos las situaciones dramáticas en una ópera como Wozzeck, de Alba Berg -por otro lado tan sublime. Muchos espectadores terminan por cerrar los ojos y abandonarse al éxtasis de la música. Es que, por lo general, en toda ópera el libreto es sólo una carrilera por la que debe correr la música con paso avasallador. Los personajes que se mueven en escena son todo menos seres humanos. ¿Lunáticos, marcianos, óperos...?
Carmen Jones salva ampliamente hiato tan risible. Como el cine tienen campo de acción mayor que el teatro (Menotti ha salvado en lo posible el hiato en sus óperas), Preminger puede "naturalizar y humanizar" las situaciones en Carmen hasta el punto de que nuestros ojos, al contrario de lo que ocurre con la ópera usual, se van abriendo y abriendo como si no quisiesen perder ni una partícula de lo que está pasando en el liezo de plata.
¿Y música? !Ah, no os asustéis! En Carmen Jones la música resulta tan natural y humana como los personajes y las situaciones. Ella nos muestra que un ser humano puede seguir siendo perfectamente humano a pesar de que exhale sus quejas cantando una patética romanza en un paisaje de égogla, como en el caso de Joe en presencia de la rosa que le envía Carmen.
Finalmente, si Carmen Jones es, según los entendidos y los expertos, un "experimento", entonces nosotros, tomándoles la palabra, nosotros que no somos ni expertos ni entendidos, nos permitiremos ir más allá: con Carmen Jones se invita a los compositores del género a desechar el escenario por la pantalla. El "ropaje" no dejará por ello de ser quintaesencialmente artístico, y la vida proseguirá siendo armoniosamente natural.
1955
viernes, 28 de septiembre de 2007
viernes, 14 de septiembre de 2007
Se impone una desfosilización del pensamiento
Decir del pensamiento y de su figura (la palabra) que están fosilizados, es un lugar común. En cambio lo que no se sabe del todo es cómo se ha llegado a la fosilización.
A primera vista parecería que el lenguaje estuviera más vivo y actuante que nunca. Los incesantes avances en el campo de la cibernética y de la astronáutica (por no citar más que dos de las nuevas tecnologías) han incorporado al lenguaje nuevos términos y palabras. Algunos de ellos se inscriben ya en el lenguaje cotidiano. Aun cuando se cometa barbarismos es cada vez más frecuente el uso de verbos como detectar y radarizar. Pero este aparante enriquecimiento del lenguaje es, paradójicamente, signo de su extenuación. Un lenguaje que en el momento presente se encuentra en su etapa de fosilización, habiendo alcanzado el punto más alto en su desarrollo, ha dejado, por su misma funcionalidad, de ser operante. Y cuando un lenguaje deja de ser operante, deja de ser un medio de comunicación entre los hombres. Hoy día padecemos de babelismo, enfermedad de la que pocos se percatan, y a todos consume. Para que nuestra vida cambie (por inoperancia del lenguaje nuestra vida es sólo aparencial) debemos consecuentemente cambiar el lenguaje, y cambiarlo para desbabelizarlo. Se impone pues una desfosilización del pensamiento.
Mitridades, rey del Ponto, logró inmunizarse contra el veneno, recurriendo al propio envenenamiento paulatino. Tal técnica heroica es conocida por mitridatismo. En el caso que nos ocupa, mitridaticemos el babelismo reinante recurriendo al propio babelismo. ¿Y cómo? Pues instaurando un nuevo lenguaje, que desprovisto de todo sentido lógico conocido, adquirirá uno al uso. Con tal disposición, las palabras muertas irán siempre a sus tumbas, y las nuevas abrirán a la mente humana insospechadas posibilidades de expresión. Así surgirán nuevas filosofías y nuevas literaturas, nuevas ciencias. Parecerá un disparate, y no lo es tanto si nos detenemos a pensar que la sabiduría llega a hacerse tan sabia, que en un momento dado de su desarrollo para en tontería.
Fragmento de Contra y por la palabra (1969)
A primera vista parecería que el lenguaje estuviera más vivo y actuante que nunca. Los incesantes avances en el campo de la cibernética y de la astronáutica (por no citar más que dos de las nuevas tecnologías) han incorporado al lenguaje nuevos términos y palabras. Algunos de ellos se inscriben ya en el lenguaje cotidiano. Aun cuando se cometa barbarismos es cada vez más frecuente el uso de verbos como detectar y radarizar. Pero este aparante enriquecimiento del lenguaje es, paradójicamente, signo de su extenuación. Un lenguaje que en el momento presente se encuentra en su etapa de fosilización, habiendo alcanzado el punto más alto en su desarrollo, ha dejado, por su misma funcionalidad, de ser operante. Y cuando un lenguaje deja de ser operante, deja de ser un medio de comunicación entre los hombres. Hoy día padecemos de babelismo, enfermedad de la que pocos se percatan, y a todos consume. Para que nuestra vida cambie (por inoperancia del lenguaje nuestra vida es sólo aparencial) debemos consecuentemente cambiar el lenguaje, y cambiarlo para desbabelizarlo. Se impone pues una desfosilización del pensamiento.
Mitridades, rey del Ponto, logró inmunizarse contra el veneno, recurriendo al propio envenenamiento paulatino. Tal técnica heroica es conocida por mitridatismo. En el caso que nos ocupa, mitridaticemos el babelismo reinante recurriendo al propio babelismo. ¿Y cómo? Pues instaurando un nuevo lenguaje, que desprovisto de todo sentido lógico conocido, adquirirá uno al uso. Con tal disposición, las palabras muertas irán siempre a sus tumbas, y las nuevas abrirán a la mente humana insospechadas posibilidades de expresión. Así surgirán nuevas filosofías y nuevas literaturas, nuevas ciencias. Parecerá un disparate, y no lo es tanto si nos detenemos a pensar que la sabiduría llega a hacerse tan sabia, que en un momento dado de su desarrollo para en tontería.
Fragmento de Contra y por la palabra (1969)
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