Suponiendo que el hombre se componga de carne y espíritu (y digo suponiendo porque a estas alturas de la civilización nos constan poquísimas cosas) sería oportuno hacerse la pregunta, con vistas al cubano: ¿Qué predomina en éste, la carne o el espíritu? Aunque tales preguntas resultan bastante gratuitas y se parecen a esa pregunta “Si usted estuviera en un naufragio y sólo pudiera salvar a una persona, ¿a quién salvaría usted, a su madre o a su hijo?”, no obstante y dada la desbordante sexualidad del cubano me parece que no está fuera de lugar preguntarse si en el mismo predomina el sexo sobre espíritu o éste sobre aquél.
A reserva de un cambio de frente, el cubano se compone de mayores partes de carne que de espíritu. Por carne entendemos, naturalmente, lo sexual.
En Cuba todo está regido por el sexo, y Cuba tiene sexo para regalar. Fijémonos en la anatomía del hombre y la mujer cubanos: en la mujer, caderas anchas, listas para ponerse en movimiento y comunicarlo a los glúteos; en el hombre caderas salientes que centran el movimiento hacía el sexo. El acto de caminar de está mujer y este hombre, es además de cruzar la calle, una demostración sexual, y diría que una provocación. Dicho en chuchero, mujer y hombre caminan siempre "en su salsa". Y en esta salsa van muchos picantes: afirmación de la machería o la mujería, invitación a la horizontalidad, miradas provocativas en ellas, y miradas posesivas de él (preludio al orgasmo). He aquí cómo entendemos la cortesanía, y he aquí nuestro minuet. A propósito de baile... el cubano baila todo el tiempo; pero entendamos: el baile es consecuencia de lo sexual.
"Romería", Obra de Cundo Bermúdez
Le bailan los ojos, las caderas, las manos, el pecho, y por supuesto las piernas ¿Qué hace el cubano cuando se excita con un chiste, cuando le cuentan algo verde, cuando se siente feliz?
Pues en seguida inicia con todo el cuerpo un paso de baile: los pies se ponen en movimiento, brazos y manos se agitan en el aire, y enseguida, una sonrisa de complicidad sexual aflora a su cara.
Por otra parte, no es azar si el hombre nuestro prefiere la abundancia carnal en la mujer. Como él mismo se encarga de afirmar: "odio los pescaos". Esto ha dado por resultado un tipo de belleza criolla a base de enormes glúteos, enormes senos y enormes muslos. Cuando una mujer se presenta en el ruedo sexual con tales atributos, el galán cubano exclama:"Que santa estas, mi vid..".
Se ha dicho, por supuesto, que sin base alguna, que nuestro pueblo es voluptuoso. La voluptuosidad es una complicación y una exquisitez del espíritu que todavía desconocemos. El placer en Cuba es directo, sin mediaciones, muy lejos de la ansiedad y angustia en que pueden caer dos almas debido a los complejos, traumas, etc. Por el momento en el terreno del placer nuestra meta es la cama. Llegar a ella con pocas palabras, - sólo las necesarias para ponerse de acuerdo-refocilarse, vestirse de nuevo y planear una nueva aventura una hora más tarde, es un arte que el cubano ha llevado a su mejor perfección. Pero sólo hasta ahí. Lo puramente mental, lo que no está contenido en la simple superficie de la piel, no cuenta, más todavía: no lo comprende. Si a un cubano le contaran lo que fueron la Cortes de Amor de la Edad Media, si le dijeran que en los siglos XVII y XVIII las damas italianas tenían un acompañante platónico que recibía el apelativo de "chichibeo", en fin si lo pusieran a leer la Princesa de Cleves, estallaría en risa y exclamaría: mi socio, cómo perdía el tiempo esa gente.
En este pasaje del sexo examinemos la letra de nuestras canciones populares. El 90% de las mismas tienen el sexo por tema, y no exageraría si dijera de modo descarado. Recuerdo ahora dos canciones de hace 20 años: "La pintura blanca" y la "Cachimba de San Juan". En ambas, con colores subidos, casi expresamente, se hablaba de sexo y sólo de sexo, expresado grotescamente y sin el menor miramiento. Esas canciones venían a ser como la Apoteosis de una pornografía barata. En lo que respecta a las que se componen en nuestros días, no hay diferencias con las precedentes y a veces hasta las superan en su desnuda sexualidad.
Es posible que otros pueblos sean tan sexuales como el nuestro, y a caso lo superen, pero no conozco ninguno en donde la vida sexual se ponga mas de manifiesto: lo vemos en ese pueblo que sigue las comparsas y que baila frenéticamente su estela, procurando al espectador la sensación de un orgasmo colectivo; está presente en el sempiterno piropeador (dicen que heredado del español pero aquí corregido y aumentado); en los chistes, de los cuales el 99% son puramente sexuales.
No hay que olvidar, que por el momento el cubano vive la vida de los sentidos. A ello lleva el clima, la falta de sentimiento religioso (el cubano, Católico o brujero, apela a los santos o divinidades negras para resolver puras cuestiones terrestres); también en cierto sentido práctico de la existencia, a tono con esa falta de religiosidad, y que lo sitúa en el presente más inmediato. Es archisabido que el cubano piensa poco o nada en el futuro, tanto en el aspecto puramente económico como en ese otro más complicado de su destino como ser humano. Recuerdo ahora la letra de una canción: “La realidad es nacer y morir, a que llenarse de tanta ansiedad”. La escuche por primera vez en Santiago de Cuba, en tiempo de cha-cha-cha bailado frenéticamente por ocho o diez personas. En esas caras sólo había sexo, aquendidad, minuto presente y obtención, fuese como fuese del placer.
Pintura de Elio Rodríguez
A tono con esta preeminencia sexual, tenemos el machismo. ¿Cómo entender ese machismo? ¿Es sólo pura fachada, mecanismo de defensa, o es, por el contrario, constitucional, metido en nuestras entrañas, sentido?. No creo ni lo uno ni lo otro. Es tan sólo, y ya es bastante, una resultante del sexo, su precipitado. El cubano no es agresivo, no es matón; tampoco es, como se ha dicho, sádico. Que Batista tuviera a su entera disposición diez o doce matones sádicos no quiere decir que el pueblo de Cuba practique el sadismo. En cambio si es engallado y en todo momento hará gala de su machería . No conozco otro pueblo en Latinoamérica o Europa que, como el cubano, lleve constantemente la mano hacía su sexo. Lo hace al sentarse en una silla, en la guagua, en un velorio. El no puede prescindir de ese gesto, que ha conformado ya una segunda naturaleza, y es también, la afirmación tajante de su condición de varón. Pero hay más: en ese llevarse la mano al sexo está implícita la invitación al placer, que nuestro hombre, de manera espontánea y automática, ofrece generosamente.
La otra cara de está moneda sexual, es decir, el aspecto negativo de nuestra sexualidad, está dada por la monotonía que supone la vida tomada unilateralmente. Este sexo a secas, este sexo que no requiere puentes, asideros. Y conjuntamente lo es también su añadido- chistes, canciones, alusiones, fiestas, etc – Es axiomático que si la actividad sexual no está matizada por el elemento imaginativo, a pesar del brillo súbito y esplendente de su llama, termina por apagarse prontamente. Nosotros estamos en un estadio sexual lindante con lo primitivo, estadio que tiene su valor y en el cual se dan logros y malogros. Pero no hay que inquietarse. Decía Macedonio Fernández hablando de los Argentinos: “cuando empecemos con el espíritu seremos muy interesantes “. Y así seremos nosotros los cubanos.
1960